… muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.
Pablo Neruda
Escuchar una historia es la primera forma de leer que conocemos, porque es despertar el gusto por la fábula, por el entramado de unos hechos. En su acepción figurada leer significa percibir, adivinar. Por eso existen expresiones tales como «leer el pensamiento». Entonces, si es posible leer los posos del café o el dibujo de las nubes, cómo no va a ser posible leer con las orejas… Eso sí, después de leer con las orejas apetece muchísimo también leer con los ojos y las manos.
Ahí es donde reside el trabajo de las personas que nos dedicamos a animar a la lectura: contar y facilitar los libros para que puedan ser vistos-leídos y también tocados. Porque los libros son mucho más que el contenido que encierran. Son seres materiales que pesan y huelen, que tienen tamaño y color. Que a poco tiempo que pase, terminan revistiéndose con el alma de sus dueños. En definitiva, leer es algo más que descifrar unas letras sobre un papel; es el placer de sentir cercano al libro como objeto, poder olerlo, tocarlo, mirar sus dibujos, pasar las hojas, sentir su peso, transportarlo, hacerlo en cierto modo de nuestra familia. No existe mejor forma de incitar a la lectura que la presencia física del libro, y esta participación del libro en la sesión de cuentos puede tener diferentes grados, que dependerán sobre todo de nuestro gusto personal y de sus características como objeto: tamaño, formato e ilustraciones.
En su mayoría, los libros que con más facilidad se puede contar -narrar oralmente- son los poemas y las historias de ficción. Sin embargo, a propósito de una historia ficticia, también podemos presentar libros de conocimientos. De manera que, si contamos un cuento sobre la luna y sus aspectos más fantásticos, también podremos recomendar algún libro que hable sobre ella como satélite y sus aspectos científicos.
¡Qué afortunados somos en la actualidad! Niños y grandes podemos disfrutar de una oferta editorial impensable hace años. En las estanterías de bibliotecas y librerías encontramos de todo: libros de imágenes sin texto y libros sólo con texto y sin imágenes –para los mayores-; libros que contienen una sola historia y libros llenos de cuentos para leer y leer; libros grandes y libros pequeños; libros con formas y materiales sorprendentes que rompen de múltiples maneras el formato clásico: de tela, de plástico, desplegables, sonoros, para oler, para chupar…; y por último, nos encontramos con los álbumes, los libros que a mi modo de ver más han innovado las propuestas artísticas en los últimos años. Estos libros son ideales para mostrar mientras narramos, ya que en ellos se encuentra muy proporcionada la distribución de texto e ilustraciones. En ocasiones son verdaderas obras de arte que reflejan el buen entendimiento estético entre escritor e ilustrador.
Presentar un libro es hacer una referencia expresa a él dentro de la hora del cuento. Esta referencia puede ser visual, cuando queda expuesto a la vista; oral si hablamos de él; y gestual, al tomarlo en las manos y manipularlo de alguna forma. Además, y como condimento fundamental, esta referencia ha de ser afectiva. Contamos y presentamos los libros que nos emocionan, que nos apetece compartir.
Cuando incluimos el objeto-libro en la narración oral de su historia, esta participación admite diferentes grados. Podemos:
- Leerlo en voz alta. Todo el texto si es corto, y una parte cuando sea extenso.
- Dejar el libro a la vista, aunque no hablemos de él. Si lo colocamos en un lugar destacado y visible, al final alguien querrá tocarlo.
- Mostrar la portada del libro antes o después de la narración de su historia.
- Sostener el libro en las manos durante toda la narración.
- Enseñar alguna de sus imágenes más espectaculares, más significativas o más grandes, si lo que estamos narrando es un álbum.
- Contarlo a la vez que enseñamos las ilustraciones, página a página. Nosotros nos sabemos el texto y lo vamos diciendo mientras mostramos el libro. Como una prolongación técnica de este recurso, también se puede contar el cuento con las imágenes reproducida por separado y a mayor tamaño que las del libro. Reproducciones en cartulina o proyectadas electrónicamente.
- Si nos dejamos llevar por la imaginación, podremos narrar utilizando como recurso expresivo uno de los objetos protagonistas de la historia. Y tratar al libro como un objeto animado: el libro es una casa donde viven los personajes, nos dice cosas, adquiere cualidades sorprendentes…
En resumen, el protagonismo que pedimos a los libros viene determinado por su presencia física; y nuestra actuación se reduce, además de narrarlo o leerlo, a remitir al libro para que, más adelante, el posible lector pueda acercarse a él por su cuenta. La experiencia me dice que en la mayoría de los casos, después de su presentación las ganas por parte de los oyentes de hojear el libro son inmediatas. Me encanta comprobarlo una y otra vez, porque ése es precisamente el objetivo de mi trabajo.
Cada libro, con o sin imágenes, grande o pequeño, de cualquier forma que sea, nos ofrece un sinfín de posibilidades. Si nos acercamos a él apasionadamente, si su historia nos emociona y nos sentimos vivamente interesados en él, el recurso que utilicemos vendrá por sí solo, pues estará encaminado a realzarlo. Dejemos que sea el texto quien nos sugiera a la hora de idear sus recursos, y cuanto más sencilla y sincera vivamos la expresión, mejor.
Termino con una invitación entusiasta a la lectura en voz alta de libros en la biblioteca, en la escuela, en la familia. Creo que al margen de muchas otras consideraciones y utilidades, leer y escuchar es uno de los placeres importantes que nos regala la vida. Como madre he disfrutado leyendo durante años todas las noches a mis hijos sus cuentos (nuestros cuentos) preferidos y guardo en mi memoria ese recuerdo como un tesoro.
En la famosa película de E.T. hay una escena preciosa donde se ve a la madre leyendo a sus hijos un pasaje de Peter Pan y Wendy. Lo reconocí al instante porque yo misma había leído ese episodio mágico en el que «cada vez que un niño dice «yo no creo en las hadas» cae muerta una de ellas». Un poco más adelante Peter Pan nos pide desde el otro lado del mundo:
«-¡Si creéis en las hadas –gritó el niño otra vez- batid palmas con vuestras manitas! No dejéis morir al hada Campanilla.
Entonces se oyó cómo muchos aplaudían.»
Leer y narrar de viva voz es creer en la magia, es favorecer el nacimiento de las hadas, es poner alas a los libros para que todos podamos aprender a volar.