Breve paseo por las imágenes de un poema

Algunos apuntes para aprender de memoria un texto poético

La poesía
Eugenio Montejo

La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.

Para acercarse al aprendizaje de este texto, en el que toda su potencia brota de las imágenes, se necesita hacer una inmersión en el mundo del poema y verlo, ver lo que está pasando en él, lo que sugiere. Pues es posible trazar el mapa que lo recorre a través de las pistas que van dejando sus palabras. Veamos lo que dice, es decir, imaginemos:

La poesía cruza la tierra sola. El poeta no dice «recorre» o algo similar, sino cruza; y está sola, va sola.

Apoya su voz, tal vez se valga de un cayado, como una peregrina, en el dolor del mundo, se apoya ahí, que no quiere decir que solo sea eso, pero se apoya en ello, el dolor del mundo. Así que esta figura cruza la tierra apoyada en su dolor. (Parece que el poeta habla de la poesía como si fuera una persona: cruza, apoya, no pide, llega, no avisa, tiene llave, entra, se detiene, mira, abre la mano y entrega algo.)

Vaya, camina por ahí, como vagabunda, y sin embargo nada pide, no mendiga, y por no pedir, no pide ni siquiera palabras. ¡Qué paradoja tan profunda, algo que se sustenta en la voz, que no pida palabras! Tal vez es que es ella quien las da…

No pide nada, no se debe a nadie, no tiene horarios, nunca avisa: no hace falta, tiene la llave de la puerta.

¡Un momento, es la llave de nuestra casa! ¿Qué hace esta extraña en nuestra casa?

Al entrar siempre se detiene a mirarnos. No es una ladrona, viene con franqueza, porque sabe que estamos, que nos va a encontrar. Y quizá porque nada oculta tal vez nosotros, enfrentados a su mirada, tampoco podamos ocultarle.

Nos trae un presente: una flor o un guijarro, algo secreto. Algo secreto, sólo para cada uno, según el momento, íntimo. Algo natural, efímero o eterno, sutil o sólido, frágil o resistente, simplemente hermoso o ancestral. Quién sabe, es secreto.

Y parece sencillo lo que recibimos, pero tan intenso que el corazón palpita demasiado veloz. Pues su regalo no nos llega sólo a la cabeza, no es algo para «pensar» sino para sentir, y tanto que nos hace despertar.

¿Cómo despertar, si teníamos los ojos abiertos para mirarla y las manos dispuestas para tomar su don?

Tal vez lo que ocurre es que este encuentro nos hace despertar a otra cosa o a otro mundo. Tal vez ese otro mundo sea precisamente éste, pero de otro modo, más despierto. Un mundo en el que no solo miramos, sino en el que, gracias a la mirada de la poesía, vemos.

Estos son los «hechos» del poema: la poesía como alguien que camina, que cruza el mundo hasta llegar donde estamos, abre nuestra puerta, tiene llave, nos mira, abre la mano, nos entrega algo y de la impresión que nos causa tal regalo, nos hace despertar. La imagen de la escena es sobrecogedora, relata un momento especial, un destello. Una epifanía, como dirían los antiguos.

De este modo el poema se hace nuestro, las palabras son las del poeta, pero las imágenes que ha generado en nosotros nos pertenecen. Y si conseguimos formar una sucesión de estos hechos sin interrupción en nuestro interior, ya no hay que tener tanto miedo a que falle la memoria, pues en todo momento se sabe lo que se quiere decir. Tal vez no venga la palabra exacta, pero siempre es preferible arriesgarse a decirlo y equivocarse – en las primeras fases del aprendizaje no importa-, a no llegar a abrir la boca, ya que de los errores vendrán las enmiendas y estas serán buenos asideros de la memoria para la siguiente vez.