El cuento del silencio

Cuento Final del Maratón de Cuentos 2011

Esta es la historia de un grupo de amigos que decidieron buscar un día el silencio más perfecto. Se pusieron un año de plazo, pasado el cual volverían a encontrarse y cada uno presentaría el resultado de su búsqueda.

Cuando se reunieron de nuevo, uno a uno fueron diciendo lo que habían encontrado. Todos estaban de acuerdo en que nuestro mundo era un lugar de variados y curiosos sonidos, y que no había resultado tarea fácil encontrar el silencio y, mucho menos, el perfecto. Esto es lo que cada uno presentó:

El silencio de las nubes
Quien pensaría que las nubes, una masa suave y esponjosa, blanca y volátil tuviera su ruido atronador… Sí, atronador, de la palabra Trueno. Que se produce porque se mueven los muebles allá en el cielo, o que son peleas, o vaya usted a saber. Pero en todo caso, las nubes suenan, vaya que suenan.

El silencio de los exámenes
Bueno, silencio, silencio… hay que reconocer que es uno de los silencios más distraídos. Voces, lo que se dice voces, no tiene; pero señas y murmullos, los que se puedan. ¿O sólo era yo quien intentaba hablar en los exámenes?

El silencio del teléfono
El silencio del teléfono es el silencio más falso que existe. Sus llamadas entran a cualquier hora y de cualquiera. Eso sí, el muy hipócrita, el teléfono, para lavar su conciencia tiene un modo “silencio” que o bien vibra, o se ilumina su pantallita o vaya usted a saber de lo que es capaz con tal de llamar la atención y romperlo (al pobre silencio verdadero).

El silencio de las piedras,
¿Quién dijo que las piedras no hablan? Pero si nos cuentan todo. No hay historia posible sin escuchar a las piedras. Sí, a su modo, hablan de un pasado geológico, arqueológico, histórico, a veces atronador. Y eso por no hablar de los terremotos y volcanes… o sea, que de silencio, nada.

El silencio de los amantes
Sí, silencio cuando se miran, por muy poco tiempo, pues pasado ese rato, comienza a flotar algún murmullo, palabras de amor, respiración agitada… Decididamente, los amantes callan por poco tiempo.

El silencio de las flores
Las flores reinan con su belleza silenciosa, aunque interrumpida muy a menudo por el zumbido de algún moscardón o alguna abeja o, en el peor de los casos, por un estornudo a destiempo.

El silencio hostil
Es el silencio que practican las ostras. De ostra, ostil. Es un silencio muy poco recomendable, pues cuando esa ostra se abre, casi siempre a destiempo, su silencio hostil suele terminar a voces.

El silencio del mar
Un silencio de color azul pero en el que es imposible adormecerse, pues cada ola suena diferente, cargada de espuma y de rumores. El mar hace música, todo el mundo sabe que nunca para de cantar.

El silencio de los pájaros
En su vuelo sí, con el batir de las alas escriben su silencio, pero por poco tiempo, pues en cuanto se posan comienzan a cantar y gorjear con mayor o menor fortuna. Que en silencio, silencio, ni un pajarito se queda.

El silencio de la siesta
Ay, el silencio más caro, el más difícil, tan a menudo roto por la tele, la cisterna, una mosca, un portazo… y muchos otros incordios que seguro que os podéis imaginar.

El silencio de la Luna
La luna engorda en silencio, sí, pero su alimento es el pan de los poetas, los músicos, las cantantes y demás seres que le cantan con el alma y a veces también a voz en grito.

El silencio de los cachorros, niños y animales, recién nacidos
Seres frágiles, hermosos y dormilones. Que no saben hablar, no pueden pedir, no saben reír, pero ay, sí saben gimotear y hacer ruidillos para mantener a su madre siempre atenta.

El silencio de las hojas muertas
Que aunque pudieran parecer del todo silenciosas, son tan crujientes al paso. Tan gustosas de pisar. Y además, son una presa fácil del viento, que sopla y se las lleva en un murmullo maravilloso de otoño.

El silencio del cuerpo
Callado, sí, pero en su interior canta toda una orquesta casi siempre, por suerte,  acompasada: la entrada y la salida del aliento, el latido del corazón, los retortijones de tripas y su final ¡pum! sonoro y delator. Además, y a poco que nos descuidemos, ahí están sonando las palmas, los zapateados, los pitos. Imposible imaginar un cuerpo quieto… y mejor así: viva la vida.

El silencio de la nieve
La nieve cae en silencio, sí. Pero lleva asociados muchos ruidos: el del júbilo de los niños asomados al cristal de las casas, de risas con los juegos de tirarse bolas y también de los ¡ay! con las caídas que ocasiona. Vamos, que la nieve de silenciosa nada. Es demasiado alegre.

El silencio de los libros
Las palabras de los libros son calladísimas. Pero el libro suena al hojearlo, cuando se cae, cuando se le golpea… y resuena en nuestro cuerpo con las emociones y comentarios que suscita.

El silencio del fuego
Qué poder el del fuego. Hipnótico, de belleza incomparable, sin palabras… pero atención que: chisporrotea, cruje, chispea, bufa, gime, explota… ¡Qué sustos sonoros, los del fuego!

El silencio del reloj
Se necesita un gran entrenamiento para escucharlo entre el tic y el tac: tic-tac ¿lo habéis oído? Otra vez: Tic… tac. Es lo que se conoce por silencio intermitente o interrumpido, un tormento, vamos.

El silencio del “Silencio, se rueda”
Es un silencio cortísimo, pues al momento suena el clac de la claqueta. Y luego, qué cortas las escenas, y al momento: ¡corten! Pobre silencio, este sí que es un silencio cortado, tímido, con interrupciones continuas.

El silencio de la noche
La noche es un silencio de luz, de acuerdo. Todo lo demás son ruidos. Y si no, para comprobarlo, nada mejor que arribar a un lugar desconocido y apagar la luz. ¿Quién dijo silencio? Y eso por no hablar de los sustos.

El silencio del bosque
En el bosque sólo callan los sonidos de la civilización. Todos los demás rompen el silencio a sus anchas: cantos de pájaros de día y de noche, crujidos de los árboles, pisadas de animales silenciosos, aullidos… cada uno a su aire, en la espesura. Un silencio muy poblado, diría yo.

El silencio de las pistolas
No hay mejor pistola que la pistola inexistente, pues incluso cuando calla pueden hacer de las suyas gracias al invento de los mil demonios llamado “silenciador”. No, decididamente, ese silenciador no es nada recomendable, pues lo que suena después nunca es bueno.

El silencio de los corderos
Un silencio muy famoso e inmerecido de tal denominación, ya que en la opinión humilde de quien les habla, el tan famoso silencio, ni tenía corderos, ni ovejas, ni cabras. Que lo que tenía es mucho suspense. Seamos serios, el autentico silencio de los corderos no existe, pues por lo que he podido comprobar, los corderos no saben estarse callados y nunca dejan de balar.

El silencio administrativo
El silencio administrativo, aunque puede caer como una losa sobre las expectativas de muchas personas, hay que decir que, en propiedad, no deja de ser un asunto de papeleo. Y como tal, papel al fin y por ello sujeto a las leyes de la acústica con tintes de una cierta angustia. En resumen, como silencio, el administrativo es nefasto.

El silencio de la ley
El silencio de la ley es malísimo, pues hasta que en algún asunto determinado la ley no habla, eso quiere decir que hay unos cuantos aprovechados que en ese silencio meten sus trampas e infracciones a mansalva y claro, de tan contentos, en sus guaridas gritan (aunque sea con sordina) de alegría.

El silencio de la palabra silencio
¿Tendrá silencio la palabra silencio? Pues el silencio/ tan frágil es y delicado,/ que con decirlo/ está quebrado. Ya está dicho todo: el silencio de la palabra silencio no existe. Ssssssssssss

Y así, uno a uno, todos fueron exponiendo lo imperfecto del resultado de sus hallazgos. Hasta que, por fin, alguien dijo:

Creo, humildemente, haber encontrado el silencio más perfecto,

¡El silencio de la escucha atenta!

Un silencio en el que no se oye ni el vuelo de una mosca, aunque la haya. Y esa escucha atenta más perfecta es la que se produce… al contar un cuento. Una escucha que anula cualquier ruido que suponga una interferencia. Y sólo deja paso a los sonidos y los gestos cargados de sentido.

Sí, todos estuvieron de acuerdo, ese era el silencio más perfecto. Así que se pusieron manos, digo voces a la obra, y comenzaron un cuento con el Érase una vez más intenso que se conoce, pues todos los habitantes de la ciudad –llamada Guadalajara para más señas- dijeron a una:

Érase una vez…

Y así, gracias a ese silencio que generaron estas mágicas palabras, fue como se consiguió el cuento más largo del mundo, un cuento de cuentos que dura tres días con sus dos noches y llamado:

¡MARATÓN DE CUENTOS DE GUADALAJARA!