Trascrito de la intervención en un acto de Literatura Oral celebrado en febrero del 95 y publicado en un cuadernillo monográfico de la Asociación española de amigos del Libro Infantil y Juvenil en el 96
Hola, buenas tardes. Vengo desde Guadalajara, allí me conocen (sobre todo los más pequeños) por la Bruja Rotundifolia. Hace ya diez años que, por una equivocación en el encantamiento, aparecí en su Biblioteca Pública y desde entonces, allí estoy. Aunque no siempre. A veces, debido a “la hora mágica” aparezco en cualquier otro lugar donde haya libros.
¿Vosotros habéis oído hablar de la Hora Mágica?
Sucede en plena noche. Cuando todos los mayores del mundo están dormidos, cuando todos los niños del mundo están dormidos, cuando no se oye ni el ruido de una mosca, ocurren cosas extraordinarias. Los duendes saltan por los jardines sacando brillo a las flores (por eso muy de mañana es cuando las flores están tan preciosas). También las hadas entran en las habitaciones donde duermen los niños y tapan a los que están desarropados (por eso os ponéis enfermos tan pocas veces). Por las calles va el Gran Gigante Bonachón con una enorme trompeta y una maleta llena de tarritos de colores. Dentro guarda los sueños concentrados. Según camina, echa de sus tarritos en la trompeta y va soplando…
A la mañana siguiente, por las calles por donde ha pasado, los niños cuando se levantan se acuerdan de los sueños que han tenido y de lo mucho que les han gustado.
Y en la Hora Mágica también ocurre que en las bibliotecas, los libros, que tienen esa pinta tan seria y con cara de libros, salen de las estanterías, se abren y empiezan a saltar todos los personajes de los cuentos y a contarse sus historias unos a otros. Pero es normal que no lo hayáis visto, es normal porque solamente sucede en la Hora Mágica. Cuando los personajes comienzan a contarse sus historias es realmente divertido estar en la biblioteca.
Yo hace mucho tiempo vivía en el País de las Brujas y se me daba fatal lo de los embrujos y los maleficios. Era un aburrimiento vivir allí, y para colmo las otras brujas para insultarme me llamaban… Hada. Hasta que un día Floripondio, un duende amigo mío, me enseñó la fórmula para aparecer en las habitaciones donde hay muchas cosas que al abrirlas miras y ves como hormiguitas que van de paseo. (Fue más tarde cuando me enteré que se llamaban bibliotecas y libros y letras…)
Rápidamente dije las palabras mágicas y aparecí, como el que no quiere la cosa, en la Biblioteca de Guadalajara. Llegué a media noche, en plena Hora Mágica, y todos los personajes de los cuentos se quedaron encantados de poder contarme sus historias. Y así, sin parar, todas las noches. ¡Hay tantos libros, tantas historias en una biblioteca…!
¿Pero qué podría hacer con tantas historias en la cabeza, que más que una cabeza parecía una “calabeza”?
Fijaos, al día siguiente unos niños llegaron a la biblioteca y me descubrieron dormida entre las estanterías. Entonces fue cuando, como de pasada, para disimular, les fui contando todas las historias que había escuchado por la noche. Y mi “calabeza” volvió a ser cabeza y me quedé tan a gusto. A la noche siguiente otra vez a escuchar y por la mañana a contar. Un día y otro día, hasta que se me olvidó volver al País de las Brujas.
Los personajes de los cuentos y yo nos habíamos hecho amigos y nos contábamos nuestras cosas. Fue así como me enteré de que a veces tienen “murria”. Esta murria les entra a los personajes cuando pasan muchos días sin que nadie haya leído ni se haya enterado de su historia. No es muy agradable ver a los personajes de los cuentos con “murria”. ¿Sabéis lo que hago para que se les pase? Les doy a tomar zumo de nube que es muy bueno para todo y nunca, nunca, sienta mal. Cuando los personajes toman un poquito se empiezan a poner un poquito mejor, pero si se acuerdan de los días que hace que ningún niño les lee se vuelven a poner otra vez un poquito peor. Y entonces el zumo de nube, aunque está tan rico, ya no les hace nada.
Entonces, ¿Sabéis lo que hago? Les cuento cuentos. Sí, de verdad, les cuento cuentos a los personajes de los cuentos, les encuenta que les cuentes cuentos. Siempre empiezo contándoles un cuento feliz. Y les digo ¿Queréis que os cuente un cuento feliz?
-Sí
-Pues un día un ratón se encontró con una lombriz y le hizo cosquillas en la nariz y ese ratón se sintió muy feliz. Y ya está.
También les cuento un cuento muy triste. ¿Queréis que os cuente un cuento muy triste?
-Sí.
-Pues un día un ratón se comió un plato lleno de alpiste y le entró tal despiste que nunca más volvió a estar triste. Y ya está.
También les cuento un cuento muy largo. ¿Queréis que os cuente un cuento muy largo? Pues un ratón se subió a un árbol y este cuento ya no es más largo.
Bueno, está bien. Os contaré la historia de
La vieja virieja de pico pico tieja de pompomerá
que tenía tres hijos virijos virijos de pico picotijos de pompomerá.
Uno iba a la escuela de pico pico tuela de pompomerá.
Otro iba al estudio virudio virudio de pico pico tudio de pompomerá.
Y el otro iba al colegio de pico pico tegio de pompomerá.
Los tres por la tarde con su madre
comían chocolate, virate virate de pico pico rate de pompomerá.
Y eran muy felices virices virices de pico pico tices de pompomerá.
Y aquí se acaba el cuento,
viruento viruento de pico pico tuento de pompomerá.
Es estupendo contarse cuentos. Poco a poco empiezan a ponérseles unas sonrisitas como a vosotros y vosotras; y yo me pongo muy feliz. Y me digo: no me pienso mover nunca jamás de la biblioteca ¿dónde podría encontrar mejores amigos?