Una vez, hace más de treinta años, pensé ser una bruja y llamarme Rotundifolia. Necesitaba un traje, unos libros y niñas y niños con ganas de escuchar. Así empecé a contar cuentos, haciendo un hueco entre la cantidad de teatro que entonces llenaba mi vida. Empezó siendo un juego y un sueño. Pero el cuento fue creciendo y ya no era solo Rotundifolia, ni solo animación a la lectura, ni solo para niñas y niños. Y cada año eran más cuentos, más bibliotecas, más escuelas, más adultos escuchándome. Así, poco a poco, he ido descubriendo que me cuento a mí misma, que el mundo mejor empieza con una bonita historia y que las palabras son música.
Es estupendo. De pequeña siempre quise ser directora de orquesta y ahora, cuando cuento un cuento, sé que lo soy.