Los libros que cuentan

Artículo publicado en el número 28 de la revista Imaginaria

Los inicios de la literatura escrita de un pueblo contienen historias que durante años e incluso siglos, andaban circulando oralmente entre sus gentes. Todas las tradiciones están plagadas de ejemplos que así lo demuestran, en España tenemos el Cantar del Mío Cid, relato hermoso y épico sobre varios pasajes de la vida de El Cid, personaje histórico que vivió entre 1043 y 1099, y cuyo primer manuscrito, según ciertos estudios, data alrededor de 1207. ¿Podemos imaginar cómo anduvo circulando esta leyenda de boca en boca más de 100 años antes de pasar a la literatura escrita? Esta voluntad de comunicación, que hace posible que una historia permanezca, es el principio de la oralidad.

Actualmente también podemos decir, con el nuevo resurgir de la palabra, que la literatura oral se nutre de la escrita. Muchos contadores de cuentos, entre los que me incluyo, además de narrar historias de la tradición, historias sin tiempo, también contamos cuentos que son libros, que están escritos y por lo tanto tienen un autor conocido.

Mi trabajo como narradora oral siempre ha estado ligado, sobre todo en mis sesiones para niños, al contacto con los libros. Me gusta mucho leer y encuentro estimulante incitar a que otros lo hagan. De mi relación con los libros en todos estos años han surgido interrogantes, y quiero compartir con vosotros las respuestas que con la experiencia me he ido dando.

De entre todos los libros para niños que encontramos, ¿cuáles son cuentos? Y de todos los libros que son cuentos, ¿cuáles pueden ser contados, qué cualidades son las que hacen a un libro “contable”? Y por último, ¿contamos con el libro, es decir, con el objeto-libro para narrar? ¿A qué llamamos animación a la lectura?

CUENTO ORAL, CUENTO ESCRITO

Un cuento en su acepción más amplia es cualquier historia corta de ficción. Muchos de los libros que se publican no son cuentos; de entre los que sí lo son, a veces ocurre que nos consideramos incapaces de poderlos contar, ya porque el texto sea muy perfecto, absolutamente literario, y no nos encontremos con derecho a cambiarlo, o bien porque sus acciones son inconsistentes. “Lo que pasa” tiene una importancia vital en las historias orales, al igual que “el cómo acaba”. La mayoría de las veces los narradores somos capaces de detectar los condimentos orales que posibilitan una narración y también solemos introducirlos de forma intuitiva. La recreación personal de la historia empieza a surgir libre y apasionada después de contarla varias veces, cuando hemos tenido ocasión de captar las reacciones del público y también nuestras cambiantes emociones. Aferrarnos al texto impide en muchas ocasiones que la historia vaya viviendo por su cuenta en nuestra boca y en las orejas de quienes escuchan.
ANIMACION A LA LECTURA

Podemos contar para divertir, entretener, y también podemos hacerlo manteniendo claro el objetivo de que los oyentes, como actividad final, acudan al libro de donde han salido esas historias narradas. Esto es lo que llamamos animación a la lectura a través de la narración oral.

Me vais a permitir que transcriba lo que dice el diccionario de María Moliner sobre la palabra animar: “Infundir ánima o vida en un ser. Comunicar apariencia de vida a una obra de arte. Dar ánimo a alguien en abstracto o para una acción determinada. Dar vivacidad o quitar el exceso de seriedad a una cosa con algún adorno o arreglo”. Sí, es una elección perfecta del término. De la palabra leer nos dice: “interpretar mentalmente o traduciéndolos en sonidos los signos de un escrito. fig.: Percibir o adivinar, p. eje.: leer el pensamiento”. Esta última acepción figurada retrata lo que es la lectura de los niños que todavía no saben leer, pura imaginación.

Animar es compartir. Cuando nos dirigimos a alguien para animarle a lo que sea, estamos expresando nuestro propio gusto. “Esto me ha gustado tanto que quiero compartirlo contigo, con el deseo de que a ti también te guste”. La animación a la lectura se sustenta en una invitación auténtica y espera una respuesta libre, nos guste ésta o no. Insisto en algo tan obvio, porque a veces los “animadores” podemos dejarnos llevar por otros criterios que no sean el puro placer de la lectura, e intentar obligar a los “animados” con la justificación de que “leer es algo bueno”.
Para animar a los adultos, entre las estrategias más sencillas y también las más efectivas, está nombrar el título, el autor, o ambos, antes o después de la narración oral y facilitar bibliografías, que son los caminos de búsqueda de todo buen lector. Esta estrategia funciona mejor con los adultos, por nuestra mayor capacidad de abstracción, que con los niños, pues éstos, a no ser que ya conozcan las referencias que se citan, es difícil que se sientan estimulados por unos cuantos nombres.

Nada mejor que una buena historia y la presencia física del libro si queremos incitar a la lectura. Recuerdo que hace unos meses acudieron a la Biblioteca de Guadalajara varios escritores para hablar sobre las lecturas que les habían marcado de forma especial en su vida; uno de ellos trajo los libros de los que estaba hablando. Pues bien, al día siguiente, mi memoria me llevaba una y otra vez a aquellos objetos llenos de vida e interrogantes, expuestos en la mesa de conferencias. Casi todas las demás referencias se me habían borrado, pero aquellos libros apenas vislumbrados seguían llamando a mi puerta.

Creo que no soy una excepción y que ante un libro casi todos respondemos con un deseo de acercamiento, aunque sólo sea para curiosear.

EL LIBRO COMO OBJETO

Los libros pesan, huelen y tienen unas determinadas dimensiones y colores. Cada libro es un mundo por la historia que contiene, y por lo que es como forma física. En los talleres para contar cuentos que dirijo, los adultos recuerdan mucho sus primeros libros y todas las sensaciones que guardan asociadas a ellos. Solamente necesitamos una breve inmersión en nuestra memoria para convencernos de que en muchas ocasiones el recuerdo de los primeros cuentos nos viene ligado a las sensaciones que nos produjo el contacto con el objeto-libro.

Aún ahora, de adultos, nos movemos hacia ellos con criterios de comodidad y calidez. Los hay ásperos, que se mantienen a duras penas abiertos, que no se dejan leer, que tienen la letra muy pequeña; y los hay tan gozosos, tan manejables que, a la vez que disfrutamos con su lectura, vamos sintiendo tanto que se nos acaben…

Resulta indudable la relación que existe entre el aspecto de un libro y la atracción que ejerce sobre sus posibles lectores. Animar a la lectura nos obliga a favorecer el contacto estrecho con los libros, el placer de olerlos, tocarlos, pasar sus hojas, ver los dibujos, transportarlos, hacerlos de nuestra familia.

LOS LIBROS ILUSTRADOS

Una de las mejoras, de las grandes mejoras que encontramos en los libros para niños en la actualidad, son las ilustraciones. Cuando el texto y las imágenes consiguen formar una unidad armónica estamos frente a una auténtica obra de arte.

Por eso cuando hablamos de libros de historias también estamos incluyendo aquellos que solamente contienen imágenes. Generalmente se editan dirigidos a niños muy pequeños que todavía no saben leer las letras, pero que pueden disfrutar con las ilustraciones. Son muy pocos los que utilizo como narradora, pues aunque valoro las imágenes, lo que busco siempre es una buena historia, cosa bastante difícil de encontrar, por cierto. En efecto, la mayoría de ellos son libros llenos de buenas intenciones pedagógicas o artísticas, pero con pocas propuestas narrativas.

Los mejores libros – a partir de aquí entiéndase por libros aquéllos que son cuentos- para presentar a un auditorio infantil son los álbumes, por su tamaño y por su, en general, proporcionada distribución de texto e imágenes. De pequeña nunca habían llegado a mis manos libros tan cuidados de aspecto, así que cuando empecé a conocer la literatura infantil, fueron éstos los que más me deslumbraron. Son muy estimulantes para soltarse en la lectura, ya que la historia se medio adivina a través de las imágenes y esto facilita el reconocimiento de las palabras en el texto.

Podríamos hacer también un enorme apartado con los libros que tienen formas sorprendentes y rompen el formato clásico: los troquelados, desplegables, con solapas, con sonidos, olores, muestras de texturas para tocar, los que ni siquiera son de papel… En todos ellos siempre busco lo mismo, la historia que navega entre sus páginas. Algunos la tienen, pocos, y resulta un gran hallazgo narrarlos porque a los niños les encantan las sorpresas.

Encontramos muy buenos libros que tienen más de un cuento, con alguna que otra ilustración y mucho texto, para leer en familia y que no se agotan fácilmente. Los libros llenos de cuentos, de los que podemos contar sólo una pequeña parte de su contenido, son como un cofre de tesoros al que resulta difícil ver el fondo. Bonitos libros.

Siempre he tenido muy claro que la edad recomendada a la que van dirigidos los cuentos es relativa, ya que existen dos criterios muy diferentes a la hora de evaluarla, uno por la capacidad lectora del niño y el otro por su capacidad de comprensión. Un libro imposible de leer a cierta edad es perfectamente “escuchable” o “mirable” y al contrario, un libro “leíble” para una edad puede resultar aburrido por su contenido. En general un buen cuento se salta cualquier recomendación y gusta a generaciones enteras. Pedir eso a todos los libros es un imposible.

CONTAR UN CUENTO

El primer requisito que necesitamos para contar una historia, ya sea con el libro o sin él, es que ésta nos guste exageradamente, que nos haya emocionado en alguno de sus aspectos, para que así exista una necesidad de comunicarlo. También contar es compartir, solamente si sentimos entusiasmo podemos transmitirlo.

Las acciones tienen que estar muy claras en la historia y en nuestra memoria, así como las fórmulas verbales, rimas y la parte del texto que queramos memorizar. Para que la historia viva dentro de nosotros con la imaginación, nada mejor que realizar un trabajo interior donde visualizar situaciones, personajes, lugares…

El final de la historia merece una atención especial, muchas veces es necesario cambiarlo –nunca por capricho- en beneficio de la coherencia interna del relato, de la tranquilidad de los oyentes (cuesta tanto mantener un final triste para niños muy pequeños…), de nuestra motivación interna. Un cuento al ser contado gana mucho y también paga un precio, la pérdida de literalidad.

Después, en el momento de contar es fundamental abrirse y dejar que nuestro instinto acomode el tono de la historia a multitud de circunstancias externas que surgen del “directo”. Y claro, necesario hablar con claridad para que la historia sea en todo momento comprensible.

CONTAR UN LIBRO

Para acercar la historia a nuestros oyentes nos valemos de la emoción y recursos expresivos personales. Cuando además el cuento se encuentra en un libro, éste como objeto puede apoyarnos en la narración.

Podemos leerlo en voz alta si el auditorio es familiar o poco numeroso. Esta actividad si bien es excelente para favorecer la animación a la lectura, tiene sus limitaciones prácticas cuando son muchos los niños y todos quieren estar en “primera fila”. Entonces el libro puede convertirse más en un obstáculo para la comunicación que en un instrumento que la facilita. No olvidemos que el juego de miradas entre los oyentes y el narrador es uno de los factores imprescindibles para una buena comunicación.

Los libros grandes, álbumes, son los mejores para presentar al público debido a su tamaño. Entonces podemos leerlo-contarlo mostrando las ilustraciones. Nosotros nos sabemos el texto de memoria y lo vamos diciendo completo o bien con nuestras propias palabras mientras pasamos sus hojas. Hemos de tener presente que nuestro trato hacia el libro crea la intriga: al pasar las hojas, abriéndolo o cerrándolo. Por lo tanto, aunque simulemos leerlo, hemos de sabérnoslo bien para poder avanzar las imágenes estratégicamente. Otro recurso técnico de éxito asegurado es contarlo mientras proyectamos en diapositivas sus ilustraciones.

Cuando el libro tiene un formato pequeño, se hace imposible mostrarlo completo a un auditorio numeroso. Entonces podemos enseñar su portada antes de empezar a contar, mientras decimos el título y vamos presentando a los personajes, o después, al acabar la narración. Este recurso hace que el niño pueda reconocerlo con más facilidad cuando vaya a buscarlo por su cuenta. También a mitad de narración puede resultar interesante mostrar alguna imagen puntual que nos resulte significativa.

En otras ocasiones el cuento presenta un objeto como parte protagonista de la historia; si éste nos resulta manejable y fácil de conseguir, podremos usarlo como apoyo de la narración. Una historia en la que los protagonistas realizan un viaje en un barquito de papel, igual resulta divertido hacernos uno y utilizarlo.
Aunque no abramos el libro mientras contamos su historia, también podemos optar por conservarlo en nuestras manos durante todo el tiempo. Entonces, si la narración nos lo sugiere, podemos transferirle alguna cualidad de otro objeto. En el cuento del que hablo más arriba, puede ser el libro ese barquito de papel en el que se montan los personajes.

El mundo de la fantasía cuando contamos para pequeños no conoce límites, así podemos crear la ilusión de que el libro es un objeto animado con el que nos relacionamos llamando a su puerta, estableciendo diálogos con los personajes que habitan dentro, proporcionándole una personalidad…

Dejemos, pues, que sea el libro quien nos hable a la hora de idear cualquier recurso expresivo. Cuanto más sencillo y sincero, mejor. Como en la vida, las limitaciones pueden fastidiarnos, pero en realidad nos enriquecen.

HACIA DONDE SE DIRIGEN LOS CUENTOS

Nunca como ahora ha existido un número tan creciente de libros. Continuamente se publican y hemos de alegrarnos por ello. De entre tantos los hay muy oportunistas y claramente comerciales; no importa, todos quedan salvados cuando encontramos aquel que nos llega como un “flechazo”. Como diría Winnie el Puff no somos nosotros quienes atrapamos los cuentos, son ellos los que nos atrapan a nosotros. Esa flecha nos puede ir directa a la cabeza-razón, al corazón-emoción o al alma-sentimiento. Este orden en la percepción de quien escucha no es caprichoso, un cuento cuando llega al corazón también lo ha hecho a la cabeza, pero no al sentimiento, y los cuentos que llegan al alma ya han pasado por la cabeza y el corazón.

Hacia la razón van las historias que muestran conocimientos y habilidades, que describen, que enumeran. Existen muchos libros que son así: no implican emocionalmente pero entretienen de lo lindo.

Otras historias hablan de lo que sienten los personajes y producen alguna emoción en quien las escucha. No todas consiguen transmitir algo auténtico, algunas se quedan en pura sensiblería. Generalmente estos cuentos llevan un mensaje de ayuda y destreza para manejar las emociones (la palabra moraleja, tan antigua, y con razón a veces vilipendiada, mejor ni la decimos). También son manuales como los primeros, pero llegan mucho más a nuestro interior. Cada historia envía una chispa que se prende o no en el receptor, por lo tanto esta valoración es muy subjetiva. A cada uno de nosotros nos pueden llegar libros diferentes, aunque los humanos solemos parecernos tanto…

Por último, existen los cuentos que se dirigen al sentimiento, en los que el mensaje del texto, más profundo y más directo y no tan inmediato, está más enterrado dentro del cuento, la fábula, pero a la vez es más abierto; por eso cada persona puede recibirlo de forma diferente para su provecho. Esta categoría incluye los cuentos populares maravillosos y algunas historias de autor. Son los libros que se ríen del tiempo, pues soportan su paso sin deteriorarse y los que solemos llamar clásicos.

Los libros actuales, en su mayoría, pertenecen a los dos primeros apartados. ¿Por qué? Porque se escriben muchos libros “para” (para enseñar, ayudar…) y pocos libros “por” (por auténtico impulso creativo).
Ahí estamos nosotros, siempre dispuestos a disfrutar con los cuentos, leyendo y contando, manejando y oliendo los libros, convencidos de que su proximidad nos hace más humanos.